domingo, 22 de marzo de 2009

PRESENTACIÓN

“¡PÍCAROS Y COMEDIANTES!”, es una antología escénica del teatro cómico breve del Siglo de Oro Español; compuesta por una introducción, tres entremeses en verso, dos entremeses en prosa y una mojiganga.

Este tipo de representaciones lo realizaban los comediantes de la época en las condiciones escénicas más difíciles: en patios de posadas sobre unos mugrientos y panzudos toneles, en atrios de templos, en plazas públicas, en zocos y mercados, etc., (rara vez tenían acceso a más altos escenarios estas compañías teatrales que no disponían de Cédula Real para actuar en la Corte o en grandes poblaciones); acompañados siempre de sus carretas y de las inclemencias del tiempo.
Miguel de Cervantes Saavedra, refiriéndose a la pobreza de los primeros corrales de comedias y a la sencillez de las representaciones, dice en el prólogo de sus Ocho Comedias y Ocho Entremeses: “En el tiempo de este célebre español, (Lope de Rueda) todos los aparatos de un autor de comedias (empresario de compañía teatral) se encerraban en un costal, y se cifraban en cuatro pellicos blancos guarnecidos de guadamecí dorado y en cuatro barbas y cabelleras y en cuatro cayados, poco más o menos. Las comedias eran unos coloquios como églogas, entre dos o tres pastores y alguna pastora; aderezábanlos con dos o tres entremeses… No había en aquel tiempo tramoyas, ni desafíos de moros y cristianos, a pie ni a caballo; no había figura que saliese o pareciese salir del centro de la tierra por lo hueco del teatro, el cual componían cuatro bancos en cuadro y cuatro o seis tablas encima, con que se levantaba del suelo cuatro palmos; ni menos bajaban del cielo nubes con ángeles o con almas. El adorno del teatro era una manta vieja, tirada con dos cordeles de una a otra parte, que hacía lo que llaman vestuario, detrás de la cual estaban los músicos cantando sin guitarra algún romance antiguo.”

Utilizaban para su actuación, aunque en el mismo espectáculo interpretasen textos y personajes diferentes a su estatus personal, su propia ropa de calle, excepto algún accesorio imprescindible, que vestían a diario, tratase la acción de la antigua Roma o representasen conflictos dramáticos donde la ficción reclamase lugar de acción, vestuario y utilería más apropiada a clases sociales elevadas: reyes, emperadores, nobleza, etc. Usaban espadas de madera, pues ciertos lances desgraciados de algunos rendidos espectadores con las comediantas obligaron a las autoridades a promulgar una Ley que se aplicara a los farsantes sin miramiento alguno; también las precarias condiciones económicas les condicionaban a usar una mínima e imprescindible utilería. Estos representantes tenían establecida, de antiguo, una especial connivencia con la imaginación del ilustre senado (el público) para el que representaban, viendo el respetable auditorio sobre el modesto escenario cuantas cosas, anunciadas con antelación de forma “evocativa” por los intérpretes, necesitaba la acción para su desarrollo y buen término: palacios, ríos caudalosos, batallas, mesones, castillos, mares, tesoros, etc.; siendo también, algunos de los farsantes de estas GANGARILLAS (compañías teatrales de menos de seis componentes) consumados especialistas en producir lo que hoy llamamos efectos especiales (tormentas, lluvia, catástrofes, incendios, relinchos y sonidos propios de animales, disparos y muertes con sangre) que dejaban sobrecogido al común del ilustre senado de ayer… y de hoy. Los acontecimientos escénicos, con su ilusión premeditada, deberán decirnos si lo que verán a continuación concuerda con el glorioso pasado del Teatro del Siglo de Oro Español.